A RODOLFO ROMERO, A TRES AÑOS DE SU FALLECIMIENTO

06.12.2012          23.00                     ALVEAR, CORRIENTES
 
Walter Disanti recuerda a Rodolfo con quien formo parte de aquellas clase de Nicoletti, el cura párroco de Alvear. Aprobamos los tres niveles del catecismo. Tomamos la Primera Comunión y nos confirmamos en la fe juntos. Quizás Rodolfo, hoy, este día, también esté redescubriendo el significado de la Pascua que nos refirió el Padre Pedro en el siglo pasado.

Vengo a confesar que no escuchaba con atención al padre Pedro Nicoletti. Él, parado en un extremo, golpeaba suavemente con la parte lateral del dedo índice doblado de la mano derecha la mesa de ping pong ratificando sus afirmaciones en la clase de catecismo durante la semana en la Casa Parroquial por la calle Mitre. Explicaba con tono académico el significado de la Pascua.

Nosotros esperábamos con expectativa que el cura nos autorice a volver a jugar el domingo de resurrección, a reír sin culpa y cargo espiritual después de dos días de obligado recogimiento propio de la Semana Santa.

A medida que avanzaba la clase de catecismo, los conceptos del sacerdote se iban diluyendo ante el sueño de pasar un domingo de Pascua jugando a la pelota. A los soldaditos. A los autitos. A andar en bici. Tal vez una pesca con mojarrero en el puerto. A las cartas. Al estanciero, al ludo, a la dama. A cabezudear por doquier. Quizás, a consumir la tarde en la cancha grande del Sport. O, ya por la tarde con destino de noche, acaparar la tele en blanco y negro para ver Rede Globo, saboreando un Nescafé con leche acompañado de pan y manteca.
Nosotros, esperábamos que el Padre Pedro nos dé vía libre, el tercer día, a la panza de chocolates con o sin conejos o huevos, a disfrutar de un día de fiestas.

La muerte era algo lejano. Abstracto. La resurrección, una exclusividad de Jesús. 
En aquel entonces, para la gurisada la Pascua era un día de felicidad. Muchas veces con regalos. Pero casi seguro con un ataque al hígado por los bombones Amor Carioca que se comían de más. La rutina era cumplir con la misa matinal y después todo un domingo para divertirse. 
Ese era el significado de la tradicional conmemoración católica otoñal en el querido pueblo de Alvear en tiempos de infancia a principios de los 80’.

Hoy, sin oportunidad de poder escuchar al padre Pedro, intento focalizar en los conceptos bíblicos, en mi fe, para desempolvar el significado de la Pascua de resurrección. Entenderlos y asimilarlos. Entre tanta liturgia, los católicos creemos que Dios, a través de su hijo Jesucristo, venció a la muerte y abrió las puertas del cielo para todos.
Siguiendo esta lógica dogmática, hago el ejerció del silogismo hipotético. Si Jesús murió, resucitó y prometió vida eterna, todos vamos a morir, resucitar y volver a vivir por siempre. ¿O, no?
Es más, el sendero de la fe me lleva a ratificar el presupuesto de que aquellos que ya dejaron este mundo, están. Nos están esperando, pero están latiendo en otra dimensión, en otro plano. 
Más allá de este atenuante, todo deceso es siempre un profundo desgarro en el alma. El dolor se da igual, aun entendiendo desde el convencimiento aquello presupuestado desde la convicción religiosa. Más aún si la partida se produce contra todos los pronósticos, de forma precoz.

Atascado en esta contradicción recuerdo a Rodolfo que falleció un 5 de diciembre, hace tres años. Con Rodolfo formamos parte de aquella clase de Nicoletti. Aprobamos los tres niveles del catecismo. Tomamos la Primera Comunión y nos confirmamos en la fe juntos. Quizás Rodolfo, hoy, este día, también esté redescubriendo el significado de la Pascua que nos refirió el Padre Pedro en el siglo pasado.
Aún sometido a los misterios de la fe, uno no deja de sentir que la realidad es increíble. Es posible que Rodolfo se haya adelantado en el camino hacia la tierra prometida. Hoy, se lo ve rematando un bombazo contra un improvisado arco en el jardín cerca del portón de acceso a la casa familiar. Nadando en la pileta, al lado del molino, en el campo de sus abuelos. Manejando la ranchera roja. Esperando el Crucero del Norte en el palenque de Checo Vera. En la calle Corrientes de Buenos Aires. En Santo Tomé, con su familia. Practicando el arte de sanar. 
En la remembranza de Rodolfo también se me aparecen tantos que dejaron de estar entre nosotros de forma anticipada. Rosarito, Marcela, Raúl, Perna, Blanquito, Claudio, Saulo, Claudia, Hugo, Alejandra, Raúl y Roxana, entre otros.

Despojándome de aquella paradoja, hallo la certeza de que están. De que la comunicación se de una manera no convencional, no directa. Pero están. De que, en algún momento, habrá un reencuentro tangible.
Mientras tanto siento que andan por allí. En las calles del pueblo. En la nostalgia que provoca el camino de árboles que conducen al puerto, o el callejón. En la esquina de la Iglesia o de la plaza. En el camping, en las Piedreras, en el Aguapey o el Uruguay. En la Plaza. En la alegría del carnaval. En la cotidianeidad. En todos y en cada uno de los rincones del querido pueblo de Alvear. Allí está, de pantalones cortos y descalzo, de guardapolvo blanco, de uniforme del liceo, de elegante sport como adolescente, de universitario, de papá, de médico. Rodolfo está. Con certeza.

 

 

 Walter Joaquín Disanti

Periodista

 

Fuente: Alvear Noticias

 

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