LA LOCALIDAD DE SANTA ROSA HONRA A LA PATRONA DE AMÉRICA LATINA

24.08.2013          23:00        SANTA ROSA

 

Con el lema “La Cruz y la Virgen, puerta de la fe”, la comunidad de Santa Rosa rinde honores a su patrona. La novena de preparación para los festejos patronales comenzó el pasado 21 de Agosto, y la predicación está a cargo del padre Gregorio, sacerdote Redentorista, quien tuvo oportunidad, enviado por su congregación, de visitar el Santuario de Santa Rosa, en Lima, Perú.

 

Diariamente, a las 7, rezo del Santo Rosario; a partir de las 9, la imagen de Santa Rosa visita los distintos barrios e instituciones locales. A las 19.30, Rosario y novena; y a las 20, Santa Misa. El domingo 25, habrá celebración del sacramento del Bautismo a las 16.

El viernes 30, la jornada patronal se iniciará a las 7, con el rezo del Santo Rosario. A las 11, se oficiará la Santa Misa con las autoridades. Por la tarde, a las 17, se realizará la procesión, y a luego la celebración eucarística central.  A partir de las 20, habrá una cantata en honor a Santa Rosa de Lima, Patrona de América.

Rosa de Lima (Isabel Flores de Oliva) nació en Lima (Perú) el año 1586; cuando vivía en su casa, se dedicó ya a una vida de piedad y de virtud, y, cuando vistió el hábito de la tercera Orden de santo Domingo, hizo grandes progresos en el camino de la penitencia y de la contemplación mística. Murió el día 24 de agosto del año 1617. Sus humildes padres son Gaspar de Flores y María de Oliva.

Fue la primera santa de América, excelsa Patrona de Lima, el Perú (desde 1669), del Nuevo Mundo y Filipinas (desde 1670). Además, es Patrona de institutos policiales y armados: Policía Nacional de la República del Perú y de las Fuerzas Armadas de Argentina.

Su historia

Aunque la niña fue bautizada con el nombre de Isabel, se la llamaba comúnmente Rosa y ése fue el único nombre que le impuso en la Confirmación el arzobispo de Lima, Santo Toribio. Rosa tomó a Santa Catalina de Siena por modelo, a pesar de la oposición y las burlas de sus padres y amigos.

En cierta ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla ante algunas visitas y Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en la cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella vanidad, de suerte que tuvo después bastante dificultad en quitársela. Como las gentes alababan frecuentemente su belleza, Rosa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie.

Una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la santa se talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo vestirse por sí misma en un mes. Estas y otras austeridades aún más sorprendentes la prepararon a la lucha contra los peligros exteriores y contra sus propios sentidos.

Pero Rosa sabía muy bien que todo ello sería inútil si no desterraba de su corazón todo amor propio, cuya fuente es el orgullo, pues esa pasión es capaz de esconderse aun en la oración y el ayuno. Así pues, se dedicó a atacar el amor propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia.

Aunque era capaz de oponerse a sus padres por una causa justa, jamás los desobedeció ni se apartó de la más escrupulosa obediencia y paciencia en las dificultades y contradicciones.

Rosa tuvo que sufrir enormemente por parte de quienes no la comprendían.

El padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en el huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento de la familia. La santa estaba contenta con su suerte y jamás hubiese intentado cambiarla, si sus padres no hubiesen querido inducirla a casarse.

Rosa luchó contra ellos diez años e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor.

Al cabo de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, imitando así a Santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto. Llevaba sobre la cabeza una cinta de plata, cuyo interior era lleno de puntas sirviendo así como una corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de El, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su alma.

Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando la santa se hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la comunión unía su corazón a la Fuente del Amor. (corazones.org) 

 

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