"Lácudra", una historia de vampiros en la era de las corporaciones
AGUAPEYNOTICIAS.Buenos Aires,02.08.2014.Con más humor que sangre, "Lácudra, el vampiro" es una historia familiar que reflexiona sobre la explotación de los recursos naturales y plantea que no existen los monstruos sino las personas que cometen "actos monstruosos" como destruir el planeta o envenenar los alimentos.
El carro surca con esfuerzo la ruta desolada que conduce a la estancia La Sangría, "la que rima con alegría" según acota nerviosamente el hombre que transporta a Jonathan, a quien le han encomendado negociar un asunto de tierras con Vlad Lácudra, el conde-gerente de una multinacional llamada "Transilvania" que se dedica a la explotación de la soja transgénica.
La escena inicial bosqueja la metáfora que guiará esta reinterpretación del clásico victoriano de Bram Stocker que retoma el esqueleto dramático original para jugar con la idea de un mundo en el que corporaciones de accionar vampírico corrompen voluntades y se apropian de los recursos naturales con la misma voracidad que el célebre Drácula dedicaba a extraer la sangre de sus víctimas.
"¿Desde cuándo nos importan las formas para quedarnos con todo? No tenemos escrúpulos y no nos importa medir la consecuencia de nuestros actos", arenga el ambicioso Vlad a su secuaz Chico, una dupla que se confrontará con la vehemencia de Jonathan una vez que el héroe en cuestión se atreva a dejar atrás sus miedos.
"La metáfora del vampiro `chupasangre` me resultaba funcional para hablar del poder, de la explotación indiscriminada e irresponsable de los recursos naturales, de los miedos y los `monstruos`, esos que asustan por su aspecto pero sobre todo por lo que hacen", señala a Télam el autor y director de la obra, Cristian Vélez.
"No es una parodia sino una resignificación de la novela -acota-. Esta elección ha sido una consecuencia de la metáfora elegida para hablar de los recursos naturales. Creo que de haber optado por la parodia se hubiese limitado la autonomía de la obra", acota.
En la versión de Vélez, el vampiro Vlad pretende seducir a la bella Mina con el objetivo de apropiarse de las tierras de su padre. Será justamente Jonathan, novio de la joven, el encargado de enfrentarse al séquito de villanos y descubrir que no existen los monstruos, pero sí las personas que hacen "cosas monstruosas", como arruinar la tierra, destruir el planeta, y envenenar los alimentos.
La puesta de Vélez reemplaza la topografía gótica de la novela publicada en 1897 por una impronta gauchesca que convierte al héroe en el descendiente de uruguayos Jonathan Washington Sánchez mientras que su novia exige ser llamada "China" en lugar de Mina (como en el original), porque intenta recortarse del imaginario de mujer urbana instalado por esta expresión del lunfardo.
"El humor es siempre la mejor forma de decir las cosas porque denota inteligencia, sensibilidad y obliga a profundizar en la interpretación del mundo que nos rodea", señala Vélez, que ha escrito y dirigido obras como "La Tierra de Rucribentián" y "El pueblo de la memoria perdida".
¿El mal siempre es un disparador? ¿En qué medida termina siendo funcional al bien, en tanto la adversidad logra despertar acciones solidarias o altruistas?
"En todas mis obras existe esta genealogía del mal encarnada por personajes oscuros que persiguen como único fin o bien supremo la mera satisfacción individual o de unos pocos, poniendo en riesgo a los `otros`", indica Vélez.
"Sin dudas el mal funciona en los niños como un `despertador` de acciones solidarias y altruistas para satisfacer la necesidad de justicia. Así, Jonathan responde a la lógica de un individuo que se encuentra en una situación extraordinaria, que lo obliga a actuar de forma extraordinaria -sostiene-. Igual los cambios, las transformaciones, son consecuencia de acciones colectivas".
"Lácudra..." entrecruza estrategias narrativas y estéticas que van del teatro negro al mestizaje musical -acierta Marcelo Fandiño en la elección de un repertorio que reversiona clásicos de los 80 y los pone en diálogo con géneros populares como la cumbia y el cuarteto- y hasta un videoclip que homenajea al cine mudo.
El director se alinea con la tendencia a involucrar a los niños en problemáticas "reales", a contramano de la vieja escuela literaria que aconsejaba "preservar" al público infantil de los avatares de la realidad. ¿Los chicos están más receptivos a involucrarse en problemáticas trágicas o dolorosas acaso porque hay un contacto inevitable con la agenda periodística?
"Con los niños se puede hablar de todo, siempre y cuando se lo haga desde el respeto, la contención, el amor y sin perder de vista en lo que se puede profundizar y en lo que no, básicamente por dos cuestiones: hay aspectos de la realidad que por el momento evolutivo del niño le resultarían incomprensibles, y la otra cuestión, es que le resulte tan doloroso que no lo pueda procesar".
A los chicos hay que tratarlos como lo que son: seres sensibles, inteligentes y muy capaces de interpretar un discurso poético o de emocionarse frente a un hecho estético", concluye Vélez.
Con las actuaciones de Hernán Bravo Baldassini, Ezequiel Davidovsky, Cristian Gil Fuster, Nadín Gabo y Elina García Garrido, "Lácudra, el vampiro" se presenta sábados y domingos a las 16 en la sala Carlos Carella, Bartolomé Mitre 970, Capital.
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