
PARAGUAY: ESPECTROS Y BRUMAS
30.10.2012 15:OO ASUNCIÓN, PARAGUAY
ARGENPRESS.info
Ministro de Cultura del Gobierno de Fernando Lugo, renunciante tras el golpe de estado parlamentario del 22 de junio pasado, Ticio Escobar, con larga trayectoria de compromiso profesional y político en Paraguay y en otros países, fue Director de Cultura durante el gobierno Municipal de Carlos Filizzola (1992-1996), en el inicio de la transición, tras 35 años de la tiranía del General Alfredo Strossner, al que combatió y pagó con cinco largos encarcelamientos.
Escobar goza de un bien ganado reconocimiento internacional como experto en crítica de arte y políticas culturales. Es autor de la Ley Nacional de Cultura de Paraguay. Tiene realizadas numerosas curadurías internacionales y publicados doce títulos sobre arte y cultura. Es fundador y director del Museo de Arte Indígena de Asunción. Entre sus últimas distinciones cabe mencionar el Premio Bartolomé de las Casas, otorgado por el Estado Español por su lucha por la causa indígena, y el concedido por la Asociación Internacional de Críticos de Arte “en reconocimiento a su extraordinaria contribución al campo de la crítica de arte”. Ha sido condecorado por los gobiernos de Brasil, Argentina y Francia.
¿En qué estás en este momento de tu vida y de tu actividad profesional?
Me encuentro en un momento espectral, un entretiempo brumoso. Supongo que estamos recuperándonos de a poco (deberíamos hacerlo, al menos) del shock que significó el golpe de Estado parlamentario que, en 24 horas, derrocó al presidente Fernando Lugo y puso en su lugar a su vicepresidente, Federico Franco. Mucho más que un cambio de gobierno, ese hecho configuró una conmoción traumática: la ruptura del orden democrático a mucho costo logrado en el Paraguay.
A nueve meses de las elecciones presidenciales, el juicio exprés que derrocó a Lugo, tiene un sentido aleccionador: la derecha no permitirá ni siquiera la enunciación de un programa participativo y democrático popular. El golpe significó un porrazo fuerte; tuvimos que abandonar todos nuestros programas justamente en su etapa de cumplimiento.
“Comienza la época de cosechas”, había dicho el presidente Lugo unos meses antes, refiriéndose a que el último año era el momento de consolidar nuestras acciones, visibilizarlas, ponerlas en obra, asegurar su continuidad e instituir mecanismos para que devengan políticas de Estado.
Nosotros estábamos preparados para iniciar en abril de 2013 (de no ganar la izquierda las elecciones presidenciales) un proceso institucionalista de transmisión de poder. La transición intergubernamental tiene un plazo generoso en el Paraguay: dura cuatro meses. Nuestro proyecto era, entonces, blindar las políticas fundamentales del gobierno, asegurar su continuidad en consenso con la ciudadanía y generar un proceso organizado de transición.
Bueno, todo eso se derrumbó en horas. Quedaron ruinas. Y un empuje fuerte hacia políticas duras de derecha. En ese escenario desolado retomé el trabajo de escritura y crítica, por un lado, y el político, por otro. Éste se desarrolla en varios niveles: la sostenibilidad institucional de programas públicos y el monitoreo de los mismos, así como la realización de campañas contra programas ecocidas (como Río Tinto Alcán y las plantaciones transgénicas que impone el agronegocio) y, mediante la participación ciudadana, el desarrollo de actividades de formación cívica y política.
La denuncia del golpe, tanto en el país como en el exterior, configura una tarea central: no se pretende sabotear el quehacer del Estado ni perjudicar la economía y la soberanía nacional, sino repudiar un modelo antidemocrático que podría afectar a cualquier otro país de la región. Esperamos que en abril del próximo año se reencauce el proceso truncado.
¿Qué hiciste y qué te proponías hacer al frente del Ministerio?
De entrada me preocupó la dimensión participativa de la ciudadanía en el diseño y la ejecución de las políticas culturales. Las políticas centrales de la Secretaría Nacional de Cultura partieron de diversos programas, ideas y demandas elaborados por los Foros Nacionales de Cultura, reunidos cada sábado en la Manzana de la Rivera de Asunción, durante el primer semestre del año 2008.
En su carácter de presidente electo, Fernando Lugo asistió a uno de esos foros, ocasión en que le fue propuesta una terna de candidatos a ministro, que incluía mi nombre (de hecho, Lugo ya me había propuesto ese cargo), de modo que mi mandato arrancaba basado en un fuerte apoyo de la comunidad cultural y apoyado en criterios y proyectos planteados por ese mismo sector. Las propuestas acercadas en dichos foros, que representaban diversos sectores de la ciudadanía cultural del Paraguay, fueron tomadas en cuenta posteriormente a la hora de trazar los grandes delineamientos de las políticas de Estado en el ámbito de los asuntos culturales.
Quizá uno de los aportes más importantes de mi gestión haya sido la renovación del paradigma tradicional de cultura, tradicionalmente circunscripto a la cautela del patrimonio cultural y el apoyo de la creación artística. Sin desconocer la importancia de esos polos fundamentales del desarrollo cultural, y aun enfatizando el papel de ambos en sus programas, se logró implementar un modelo de cultura a partir de la figura de ciudadanía cultural.
Ese modelo se basa en el compromiso de la cultura con el conjunto social y en la introducción de un enfoque de derechos humanos. Tales componentes suponen la creación de instancias de promoción y defensa los derechos culturales, considerados como derechos humanos; así como la adopción de la perspectiva de diversidad; es decir, el reconocimiento y la afirmación de diferentes memorias, lenguas, etnias, religiones y sistemas expresivos y conceptuales (en esta dirección, la promoción del idioma guaraní y la de las culturas indígenas han resultado prioritarias). Por último, debe atenderse el principio de sustentabilidad, fundamentado en la relación con el medioambiente y la transversalidad de lo cultural en los distintos ámbitos estatales: educación, salud, mujer, niñez, obras públicas, etc.
Este cambio de paradigma ocurrió en consonancia con los Ministerios de Cultura del MERCOSUR y UNASUR. Poco antes de la Cumbre Río+20, una reunión de tales ministerios propuso que la cultura sea considerada el cuarto pilar de la definición de lo “sostenible”, además de la sociedad, la economía y el medioambiente.
La propuesta no corrió pero sirvió para detectar en los países sudamericanos una conciencia fuerte en torno a un modelo cultural apoyado en la participación y el fortalecimiento ciudadano. Este concepto de cultura permitía compartir perspectivas, políticas y estrategias y facilitaba una fuerte sinergia regional.
Muchos proyectos quedaron truncos con el golpe: inauguración de complejos culturales, publicaciones, afirmación de los Puntos de Cultura (un modelo de desconcentración cultural adoptado por los países del Mercosur), consolidación de Concultura (El Consejo Nacional de Cultura), continuidad de programas de apoyo a la autogestión indígena y el fortalecimiento del bilingüismo, etc.
El gobierno golpista, en cambio, ha abandonado el enfoque de derechos en la gestión cultural: la práctica y la participación ciudadana, así como la inclusión de perspectivas de identidad, diversidad, género, opción sexual y lengua. Sin esa práctica y este enfoque pueden continuar determinadas acciones, pero lo harán como en el vacío, desprovistas de contenido, desvinculadas de su sentido original.
¿Qué políticas culturales se necesita implementar en Paraguay?
Se precisa implementar políticas que tengan cuatro rasgos formales básicos: participación (presencia efectiva de la ciudadanía en el trazado, la implementación y el usufructo de las políticas), carácter adjetivo (las políticas públicas deben promover la cultura producida por las sociedades, no proponer modelos sustantivos de cultura), especialización (la gestión cultural pública supone profesionalización) y transversalidad (lo cultural debe cruzar los distintos ámbitos del quehacer estatal).
En cuanto a sus contenidos, aparte de cautelar el patrimonio nacional e impulsar la creación, las políticas públicas deben garantizar el cumplimiento de los derechos culturales; lo que supone instituir el acceso democrático a los bienes y servicios de la cultura, fomentar las condiciones de integración sociocultural (afirmación de identidades y articulación de las mismas en pos de una mayor cohesión social), asegurar el juego de la diversidad y regular las relaciones Estado/sociedad/mercado.
En verdad, lo que acabo de exponer son grandes principios generales (ideales) de las políticas culturales, principios concebidos a nivel regional: no sólo necesitan ser implementados en el Paraguay, sino en los distintos países latinoamericanos que vienen discutiendo e instalando un modelo inclusivo de ciudadanía cultural.
¿Cómo puede contribuir el Ministerio de Cultura a elevar el nivel cívico de la población paraguaya, víctima de un siglo de obscurantismo ideológico?
Las políticas públicas no pueden inventar lo que no existe ni, por ende, imponer situaciones deseables: sólo les cabe alentar lo que ya existe, aunque fuera de manera embrionaria. Un Ministerio de Cultura debe abrir espacios a la ciudadanía (circuitos de discusión, fortalecimiento participativo, descentralización de políticas, etc.) e instituir dispositivos de acompañamiento y refuerzos de sustentabilidad, pero no puede “concientizar”, ni develar verdades; nadie –menos el Estado– recuerda ni sueña en nombre de otros.
Creo que, a pesar del oscurantismo ideológico de la dictadura y el conservadurismo de los gobiernos que la sucedieron, el nivel cívico de la población maduró mucho (un acontecimiento épico, ético, como el Marzo paraguayo1 sería impensable sin una reserva de resistencia y deseo de cosa pública). Lo que falta es articulación contra hegemónica; pero esta palabra es demasiado grande y quizá demasiado abstracta; deberíamos pensar en prácticas de fortalecimiento organizativo y ciudadano cuya gestión escapa ya al Estado y corresponde a los partidos y movimientos.
En tu calidad de experto, ¿qué puedes decirnos de la mitología paraguaya?
No soy un experto en mitología. Desde la perspectiva del arte trabajo la teoría del mito indígena y, específicamente, la mitología de los indígenas ishir, del Gran Chaco Paraguayo, a la que dediqué diez años de investigación y trabajo de campo. La mitología ishir configura un monumental corpus de sentido. No sé si en esa dirección quepa hablar de una “mitología paraguaya”; pienso, sí, que pueden identificarse mitemas sueltos, focos, o componentes míticos específicos, pero ubicándonos más cerca de Barthes que de Lévi-Strauss o Clifford Geerz.
Es decir, no creo que a nivel de población paraguaya pueda pensarse en grandes armazones significantes e imaginarios, cosmovisiones levantadas con imágenes: esas grandes arquitecturas culturales que permiten hablar de mitologías. Es evidente que los mitos guaraníes permearon el imaginario popular, pero lo hicieron de manera adulterada, dispersa y fragmentada; no pudieron sobrevivir a la colonización, fundamentalmente la misionera.
Los interesantes casos de hibridez o de interculturalidad religiosa dinamizan y afirman el curso de las culturas facilitando procesos de identificación, cohesión social, recodificación de pautas nuevas, legitimación sociocultural, etc. Estos procesos aseguran la continuidad de culturas que, desprovistas de sus argumentos esenciales (mítico-religiosos), tienden a disolverse.
El pacto social tiene en el mito un eje indispensable; aquellos momentos oscuros que el concepto no puede procesar, son encomendados a eficientes trámites imaginarios. Hablando en términos de Lacan, a través de lo imaginario el arte y el mito se hacen cargo de lo Real: lo inalcanzable por el lenguaje, por el orden simbólico.
Existen así, en cualquier sociedad, núcleos míticos que espesan la trama social y sostienen, furtivamente, sus representaciones; pero, reitero, no tienen el mismo sentido que los mitos indígenas, capaces de conservar el fundamento de las certidumbres colectivas.
Obviamente cuando hablo de fundamento (Grund) estoy usando el término en sentido heideggeriano; no se trata de un cimiento compacto, sino de una apertura al acontecimiento. Es difícil que cualquier sociedad actual, incluida la paraguaya, claro, mantenga intactos sus “marcadores de certeza”.
Bien sabemos que nuestra cultura ya no cuenta con el aval del mito, en cualquiera de sus versiones de totalidad, verdad y trascendencia. No sé si eso es bueno, pero es lo que marca nuestro confundido presente. De hecho, el mercado es hoy el gran proveedor de figuras míticas, pero éstas quedan suspendidas en lo puramente imaginario, no llegan a desafiar lo Real imposible. Por ahora, el arte mantiene aún algunas posibilidades en esa oscura e intensa dirección.
1 Se llama “Marzo paraguayo” al levantamiento popular que, unido a otros factores, provocó en marzo de 1999 el derrocamiento del presidente Raúl Cubas, una especie de marioneta del General Lino Oviedo, quien fue condenado por involucramiento en el asesinato del Vicepresidente Luis María Argaña y de siete jóvenes opositores, víctimas de la represión militar y de francotiradores contratados, en una revuelta que duró varios días.
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